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Un viaje de faltas de respeto

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Suele decirse que a lo bueno se acostumbra uno pronto. Si sueles ser agasajado habitualmente es normal que al cabo de un tiempo exijas que ese trato de favor continúe. Aunque sea obvio que esas prebendas no caigan del cielo y quien las ofrece quiera algo a cambio. Cuando se ostenta un cargo con poder esa práctica es bastante habitual. A lo que no estamos acostumbrados los ciudadanos es a que ese cargo de poder sea correspondido con un cierto grado de responsabilidad que debería ser intrínseca al cargo ocupado. A mayor poder, más responsabilidad. En teoría. Aunque más bien suele suceder lo contrario. Cuanto más poder tenga el cargo en cuestión mayores burradas veremos.

Los más livianos, pero no menos insultantes, son los deslices dialécticos. Como le ocurrió a Rita Martín, cuando ostentaba el cargo de consejera de Turismo del Gobierno de Canarias al confundir la Casa de los Sall con un Spa que ofrecía terapias a base de cloruro de sodio, compuesto comúnmente conocido como sal. O la anterior consejera de Cultura, Deportes, Políticas Sociales y Vivienda, Inés Rojas, quien aseguró haberse puesto en contacto con el Doctor Chil, fallecido en 1901.

Desgraciadamente no todas las faltas de respeto hacia la ciudadanía son ignorancias en el discurso. Las realmente graves son las que no se muestran abiertamente delante las cámaras, menos en el caso del diputado Miguel Cabrera Pérez-Camacho, que entre otras lindezas con las que nos ha deleitado a lo largo de los años, le recitó un poema de dudoso gusto a Francisca Luengo durante el debate de la nacionalidad de hace unos años. ¿Adivinan qué rima con moño? Pues así terminaba esa obra de arte del diputado popular.

Pero volviendo a las faltas de respeto a la ciudadanía. Como decía, las más hirientes son las que se cometen o pretenden cometerse a escondidas. A todos nos vienen a la cabeza múltiples ejemplos que hemos leído, visto o escuchado en los medios de comunicación durante los últimos años. Lo realmente grave del asunto es la impunidad con la que creen que cuentan algunos. Ejemplos tenemos a puñados en Canarias. Una alcaldesa que “no lee todo lo que firma”, un exalcalde que “no se enteró” de que su Ayuntamiento había hecho un desembolso de 52 millones en una operación de compraventa de una playa. Etcétera. Pero la guinda del pastel se la lleva el que ocupa uno de los cargos con más peso del panorama nacional, el ministro de Industria, Energía y Turismo del Gobierno de España. José Manuel Soria nos tiene acostumbrados a este último tipo de faltas de respeto, las peores, y viendo en los últimos días varias tertulias televisivas queda demostrado que poco o nada saben de sus quehaceres en la Península.

La última ha sido su estancia en un hotel de la República Dominicana “invitado por la propiedad”. Algo que el ministerio de Industria, Energía y Turismo niega durante dos folios (¡Dos!) de nota de prensa. Lo realmente insultante de este asunto es que parece darle igual. Debe estar convencido de que un halo de impunidad le sigue a todas partes y que no importa lo dudosamente éticos que sean sus comportamientos mientras ese escudo imaginario siga protegiéndole. Eso, o que cree que todos somos idiotas. Escojan ustedes. Yo me quedo con la segunda opción.

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La cultura molesta

Cada vez lo tengo más claro. La cultura molesta. Un individuo que sabe cosas, que está informado y que ha tenido una buena formación y acceso a la cultura es claramente más peligroso que uno que vive en la inopia y que consume televisión basura al mismo ritmo que un norteamericano come hamburguesas.

Es así y siempre lo ha sido. El poder nunca se ha preocupado por esconder ese temor hacia la cultura. El último ejemplo lo encontramos en el Gobierno español. Ya no hay Ministerio de Cultura en España. Ahora tenemos una secretaría de estado que depende de educación, cultura y deporte.  Y la dirección general del libro, archivos y bibliotecas ni está ni se le espera.

El libro pasa a depender de la Dirección General de Políticas e Industrias Culturales, mientras que archivos y bibliotecas se incorpora a la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales. No deja de tener su gracia, porque las bibliotecas toda la vida han estado llenas de libros, así que no entiendo por qué el libro está bajo la dirección general de políticas e industrias culturales y bibliotecas bajo la tutela de la dirección general de bellas artes y bienes culturales. A menos que lo que pretendan fomentar que los libros sean productos de consumo sin más. Alguien debería informarles de que hay vida más allá de los Best Sellers.

En Canarias ya pasamos por eso en 2010 cuando el gobierno de Paulino Rivero en una de sus remodelaciones decidió terminar con la dirección general del libro. Tenemos turismo, para qué leer. El gobierno dejó claro que leer es una pérdida de tiempo y además no da dinero, así que no interesa.

Los libros han sido los grandes maltratados en la historia, quemados, prohibidos, censurados… y ahora ninguneados. Y parece que esta peligrosa tendencia a pisotear la cultura no va a terminar.